La figura del mal es tan antigua como la historia del propio hombre. No importa la cultura, ni la religión, ni tan siquiera la ubicación geográfica, el mal es algo intrínseco a la propia condición humana, de igual manera que lo es la bondad o la inclinación del hombre hacia el bien. Para muchos antropólogos y pensadores, el hombre se mueve, desde la noche de los tiempos en ese precario equilibrio que provoca la tensión entre el bien y el mal dentro de uno mismo, a través de su propia conciencia, su mente y a la postre, sus actos. En esta entrada vamos a analizar la figura del diablo a través de la historia.
Son las grandes religiones monoteístas quienes dotan de una presencia corpórea a la figura del mal, a modo de metafórica imagen, a través de la figura de Satanás, o Lucifer o el Ángel Caído. El demonio en la Biblia es una figura seductora y maléfica que se nombra de distintas maneras. En el Antiguo Testamento toma nombres y formas diversas, como “el Adversario”, “el Otro” o aparece tras la forma de una seductora serpiente, en el Génesis. En el Nuevo Testamento se nos presenta ya una jerarquía diabólica. Ejemplo de todo lo anterior lo podemos ver en el Apocalipsis, de San Pablo.
La representación del mal: el diablo a través de la historia
Sin embargo, la representación del mal, tanto en cuanto a la representación del mal, no siempre fue así. Para los griegos, la figura del demonio es una figura ambivalente, en otras palabras, está encarnado por un dios de gran poder que puede ser magnánimo o cruel y despiadado, es una imitación del comportamiento de los hombres traspuesto a una cosmogonía de dioses antiguos y paganos. De hecho, podemos encontrar numerosos ejemplos de esa dualidad en textos de Platón, por ejemplo, o Plutarco, quien habla de demonios buenos, responsables de dar bendiciones y a un mismo tiempo capaces de causar mal, daño o dolor. Hesiodo, pensaba que los demonios eran los responsables de las cosas buenas y también las malas, a su vez, Sócrates afirma que el demonio es una especie de “conciencia” que nos puede ayudar a tomar una buena decisión o, de la misma manera, inclinarnos hacia un comportamiento cruel y despiadado.
Por lo tanto, no nos equivocaremos si afirmamos que el concepto de “demonio” es mucho más antiguo que la propia tradición cristiana. De hecho, la mayoría de las culturas precristianas adoran a dioses que se debaten entre la bondad y la maldad y que son vistos y entendidos como fuerzas de la naturaleza.
Será, como ya se ha dicho, con el advenimiento de las grandes religiones monoteístas, cuando cambie profundamente el concepto de Bondad-Maldad e incluso la esencia del propio Dios. Para el catolicismo y el judaísmo, la figura de Dios se desvincula de cualquier relación con la maldad, será por y para siempre, una figura vinculada con la paz, con la bondad y con la justicia, frente a su contrario, el diablo, quien toma forma, a diferencia de Dios, quien se le concibe como un ser sin rostro.
De todo lo anterior, se desprende que la representación del diablo a través de la historia, o la reencarnación del mal, ha pasado por un proceso de evolución y variación en cuanto a la forma y la concepción. En el código cristiano encontramos, a diferencia de otras religiones, una figura perfectamente delimitada que define y representa, en su misma esencia, el mal. Ese mal tan atrayente a veces. La figura del demonio católico bebe de fuentes sumerias y acadias, donde existían dioses antiguos que no debían nombrarse. Es por ello, que en el código del cristianismo el mal queda perfectamente delimitado de Dios, un Dios que encierra bondad frente a un demonio sinónimo de desgracia y maldad.
Deja una respuesta