Perséfone es un personaje desgraciado, como tantos otros, en la mitología griega. Abandonó el mundo hermoso y bello que conocía por el amor que procesaba hacia Hades, señor del Inframundo heleno. Etimológicamente, Persefone, significa aquella que lleva a los muertos, o quien conduce a las almas.
Hija de Zeus y Demeter, diosa de la fecundidad y de la agricultura, Perséfone vivía en un bosque apartado, rodeada de otras ninfas como ella, hijas de dioses. Se crió bajo la vigilancia de su madre.
Ocurrió, que un día el propio Hades, paseando por los límites de su reino de oscuridades y silencio, se acercó en exceso a la espesura donde justo terminaba el mundo de las sombras y comenzaba los límites de aquel bosque plagado de arboles y fuentes, donde las ninfas contaban antiguas y olvidadas historias, bajo el sonido de las cascadas y la brisa. Ocurrió que la diosa casualidad hizo que Hades coincidiese con Persefone, durante unos instantes, cayendo rendido ante la belleza de aquella joven ninfa.
En este punto existen dos versiones. Hay quien mantiene que pese a las negativas de su Madre, Demeter, Zeus le entregó la mano de su hija a su propio hermano, Hades, el señor del inframundo, Demeter transida de dolor lanzó una maldición sobre el mundo de Hades, en el que jamás vería crecer una sola brizna de hierba. Todo sería desolación y abandono.
Existe otra versión, en la que es el propio Hades quien trama un plan para atraer a la bella Perséfone hasta su reino donde ya jamás podrá volver a salir. Según la historia, Hades hizo crecer una flor hermosa y bella, inspirada en la propia belleza de Persefone, justo en el borde de un acantilado profundo y oscuro. Persefone, debido al amor que le había inspirado su madre por las flores, quiso acercarse para olerla, para siquiera rozarla con la yema de sus dedos. El terreno cedió y ella cayo por la sima, entrada al mismísimo reino de Hades.
La melancolía de Perséfone
Fueron días muy duros para Perséfone, la cual vio desaparecer todo aquello cuanto amaba: las flores, la caricia del sol en su rostro, las historias de sus hermanas ninfas, las fuentes. Al principio se cuenta que no quiso ni hablar con su captor, incluso que se refugió en su mundo de recuerdos. Poco a poco, Perséfone fue perdiendo sus recuerdos y se entregó al propio Hades, admitiendo su ceremonia y la entrega de su cuerpo y su alma al dios del inframundo.
Mientras esto ocurría, Demeter, desolada buscaba a su hija en cada silencio, tras cada hoja, entre cada vuelo de mariposa, sin lograr una sola pista de su paradero, en su búsqueda Demeter se olvidó incluso de su propia labor fecunda y lo que antes era un hermoso bosque se convirtió en un lugar desolado y sin vida, quizá como propia metáfora de su corazón.
Cuando Zeus quiso interceder fue demasiado tarde, ya que Perséfone se había comprometido con Hades, incluso, en el propio banquete de boda, ella tomo los frutos de una pequeña granada, símbolo del inframundo, lo cual significaba que ya jamás podría salir de aquel reinado de sombra y oscuridad.
Ocurrió cuando Demeter se enteró de lo sucedido, bajó hasta los mismísimos límites del inframundo, y juró quedar por siempre allí, a los pies de la Laguna Estigia, hasta que saliese su hija.
El mundo entero agonizaba sin Demeter. No había flores, ni plantas, ni árboles, sobre la tierra, las abejas morían e incluso los animales dejaban de tener crías.
Viendo Zeus que la tierra agonizaba sin Demeter, llegó a un acuerdo con su propio hermano Hades. Peresefone pasaría medio año en el mundo de los muertos y el otro medio bajo el sol, con su madre. Así la propia Persefone, viendo a su madre recuperó su memoria, pero también aceptó su destino.
Es por ello que durante la mitad del año florecen los arboles y los prados y los montes se tiñen de verde, incluso los animales tienen sus crias, mientras que, el medio año en el que Persefone está con su marido y la diosa Demeter le espera a los pies de la Laguna Estigia, los montes quedan sin vida e inertes cubiertos por el frio, los hielos y las nieves. Y nosotros, los humanos, tan lejos de esos dioses con pasiones tan humanas, acabamos sufriendo las consecuencias de sus actos.
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